viernes, 20 de octubre de 2017

Apuntes para un viejo pueblo




Cañamero está dibujado en la falda de un castillo. Dicen de éste que fue una fortaleza mora, pero solo quedan las piedras en lo alto de la peña, y unas galerías tapiadas de las que contaban los abuelos que se comunicaban unas con otras y que escondían un tesoro... Hoy Cañamero es una villa de calles bien asfaltadas y buenas comunicaciones, un lugar agradable y con un entorno natural precioso, en donde el Río Ruecas va dando vueltas, haciendo pozas y llenando el pantano grande.
Pero yo me quedo con ese viejo pueblo de los mayores, el que mi padre añora por ser donde nació, el que cuenta historias de tesoros escondidos y pájaros que extienden el agua de las fuentes. El pueblo en el que disfruté de pequeña porque las puertas no se cerraban y los niños íbamos y veníamos por la calle sin la compañía de los mayores, porque todos los mayores vivían con los ojos puestos en la calle, y allí se sentaban en las sillas para tomar la fresca por las noches de verano.
El antiguo Cañamero, el de los veranos, tenía burros por la calle, carros que tiraba algún mulillo, cerdos gritones detrás de una puerta de madera, que se abría a medias y te podías asomar, galllinas que pululaban por las calles y cabras que bajaban la testuz si a algún niño se le ocurría jugar con ellas.
Mi padre me contaba cómo eran las casas de las calles más antiguas, lo difícil que era la vida en aquellos años de su niñez, la escasez de comodidades con las que ahora convivimos como si fueran lo más natural del mundo, porque nacimos con ellas. Y ahora que no puede acompañarme a recordar cada rincón de su pueblo, pero que guarda sus recuerdos en su cabeza como si fuera el niño que correteaba por el lote de tierra, donde su padre tenía el huerto, ahora yo añoro esos días de mi infancia, dedicándoles unas líneas de color, a las viejas casas de antiguas historias.




domingo, 15 de octubre de 2017

Las fuentes en el camino



En los márgenes de la carretera del Puerto de Navacerrada, varias fuentes jalonan el camino.  Parar el coche, sacar el cuaderno y dibujar, en una tarde tranquila de octubre: la mejor manera de disfrutar de las formas de las piedras, los dibujos que las sombras marcan y del sonido del agua que mana suavemente en estos cálidos días de octubre.