domingo, 30 de noviembre de 2014

Clitia y el heliotropo




   Cuentan los clásicos que la bella Clitia fue castigada por el dios Helios a través de un rayo, convirtiéndola en la planta del heliotropo, condenada eternamente a seguir la trayectoria del sol en el cielo.

   En el Museo del Prado se encuentra la escultura que perteneció a la reina Cristina de Suecia y que luego formó parte de la colección de Isabel de Farnesio. Representa a la bella ninfa protegiéndose del rayo mientras sus dedos se van convirtiendo en raíces.  El torso de mármol del siglo II a.C. fue encontrado en Roma y se le encargó la tarea de reconstruir la figura femenina al escultor Giulio Cartari, discípulo de Bernini, en el siglo XVII. En el palacio Riario de la reina Cristina, el brazo de Clitia se alzaba hacia el sol, pintado en el techo de la sala donde se encontraba.
 Cuando la escultura fue enviada al palacio de la Granja en 1724, recorrió junto a varios bustos, esculturas, columnas y pedestales la distancia entre Roma y San Ildefonso sin sufrir daños. En 1829 la colección se traslada al Museo del Prado en Madrid, pero antes se realizan los vaciados en yeso de las obras originales, conservándose en el palacio de la Granja la imagen de Clitia con los añadidos que se incorporaron para reflejar la imagen original de la obra de Cartari.



          


Los apuntes en el cuaderno, mientras Mercedes Simal nos hablaba de Cristina, Isabel, Clitia y Olimpia, 

domingo, 23 de noviembre de 2014

Los conciertos de noviembre

Del flamenco de Gerardo Núñez a los gurrelieder de Schönberg.  Dos maneras diferentes de disfrutar de la música, una en un auditorio pequeño y la otra en sala sinfónica.





  El 15 de Noviembre actuaba Gerardo Núñez en Torrelodones, una guitarra española acompañada del contrabajo, el cajón flamenco y las palmas, el cante y el baile.  Sensacional la imagen de Carmen Cortés, expresiva y capaz de transmitir todo el sentimiento del baile a través del movimiento, unas veces delicado y pausado y otras vibrante y lleno de fuerza.  En el escenario se recortaban las cinco figuras sobre un fondo oscuro, iluminadas sobriamente por una luz cálida que destacaba en cada momento el protagonismo de la música y el movimiento.

Unos días más tarde, el 21 de noviembre, en el Auditorio Nacional, Eliahu Inbal dirigía a la orquesta sinfónica y al coro con una obra de Schönberg, los Gurrelieder, apareciendo en el escenario multitud de instrumentos, y las voces del coro, acompañando a las de la soprano, la mezzosoprano y los tenores. Entre aquellos músicos que componían la orquesta, destacaba la delicada imagen de una violinista, a la que estuve admirando el tiempo que duró la obra, en el continuo movimiento del arco al que su mano transmitía el ritmo de la música.